miércoles, 18 de mayo de 2011

Un cura: rezar por los béticos es superior a mis fuerzas

Siendo sacerdote bailó flamenco, en un bautizo, con Tina, la señora que tenía un quiosco en la Plaza Nueva. Y toreó varias  veces. La última, en la ganadería de Gabriel Rojas, cuando el Sevilla subió a Primera División.
El padre Federico Pérez Estudillo era Capellán Real, capellán de la Maestranza, Premio Ondas 1971 por la misa flamenca que cantó en Florencia y capellán suplente del Sevilla…
Para estar más cerca de la Catedral vivía en una casa de la calle Arfe que le vendió un amigo suyo, el torero Pepín Martín Vázquez, por tres millones y medio de pesetas.
Desayunaba  en un bar que era de  Doménech, el antiguo jugador del Sevilla, y de un bético. Casi siempre comía en Trifón a base de dos tapas y un vaso de vino.

Se hizo socio del Sevilla en 1930. En el primer partido que vio, los suyos ganaron al Oviedo por cuatro a cero. Durante el encuentro Campanal dio involuntariamente un golpe en la cara a Oscar, el portero ovetense. Este fue retirado inconsciente del campo, con el rostro ensangrentado. El médico del Sevilla, don Antonio Leal Castaño, entró en la enfermería, donde continuaba sin sentido el jugador. Se acercó, le levantó el párpado de uno de sus ojos y dijo, desolado,  a los directivos del Oviedo:
─Este muchacho se ha muerto.
Risas de los ovetenses.
─No se rían ustedes. Les vuelvo  a decir que está muerto.
Uno de los presentes  se dirigió con cariño al doctor:
─Perdone, don Antonio, este jugador no está muerto. Es que tiene un ojo de cristal y usted le ha levantado precisamente el párpado de ese ojo.
─Tiene usted mucha razón.  Sólo descubrí un ojo muerto.

El padre Federico Pérez Estudillo nunca olvidaba su viaje  a Roma con los Jóvenes Cofrades de Sevilla y con importantes cartas de recomendación para el Vaticano. Se hospedó en la Casa Romana del Clero, a donde le llamaron por teléfono la misma noche de su llegada a la Ciudad Eterna:
─Soy el secretario particular de Su Santidad.
─Me alegra oírle, don Estanislao, contestó el cura.
─Soy el otro.
─Perdone mi equivocación.
El padre Federico pensó: "¡Vaya! Lo he confundido con el joven secretario polaco y este es el de Zambia”.
─Le llamo para decirle que si usted puede estar mañana a las siete y cuarto en el Portón de Bronce para después concelebrar con su Santidad en su capilla privada.
-Allí estaré.
Fue y se identificó ante un policía y un miembro de la Guardia Suiza que le esperaban. Subieron en silencio en el ascensor,  hasta la puerta de la capilla privada del Papa. Ya estaba Juan Pablo II rezando. Al padre Estudillo y a un monseñor canadiense les aconsejaron que no entraran hasta momentos antes de comenzar la misa, porque la capilla era pequeña y no era conveniente viciar el aire, ya que la ocupaban unas religiosas italianas y españolas que iban a cantar durante la misa.
Cuando terminó la eucaristía, el secretario polaco del Papa le dijo que  Su Santidad lo iba a recibir  en la biblioteca privada.
-¿Qué ocurrió?, don Federico, le pregunté.
-Me arrodillé ante Juan Pablo II y él me levantó con fuerzas del suelo y escuchó mi larga lista de peticiones en español, que empezó así: Santo Padre, una bendición para los jóvenes cofrades, para los jugadores del Sevilla, para mi asociación de mujeres,  para todos los sacerdotes de España, etc.
-¿Le pidió  usted por los béticos?
-Oiga, rezar por los béticos es superior a mis fuerzas. Me resulta imposible hacerlo.