Marcelino Camacho vestía jersey de cuello
alto, de color avellana tostada que le había hecho Josefina, su esposa.
Para él la vida no consistía en meter en la cárcel a los que le habían
metido en ella, porque era partidario de la reconciliación nacional y
de una sociedad más justa, más humana y más libre. (La libertad es lo
primero, se la comerán los lobos si la dejamos para luego). No fue un
lobo sino un sevillano el que le abrió los ojos al comunismo. Se
llamaba Ramón Lauda Toribio, ferroviario de la estación de Sevilla que
fue trasladado, por represalia, a la estación de Osma La Rasa (Soria)
donde trabajaba el padre de Marcelino.